¿Quién se ocupa del bien común?


Esperemos que en el futuro no se pueda ser transparente, y no serlo, al mismo tiempo.


Son muchas las fuentes que coinciden en el diagnóstico del origen de la crisis, asociándolo en buena medida a la ausencia de transparencia, más en concreto a fallos de regulación y supervisión, esto plantea una cuestión importante: ¿quién se ocupa de la transparencia como bien común en el sistema financiero en particular, y de la democracia en general?  O, al menos, ¿quién se responsabiliza de las consecuencias de las decisiones individuales sobre otras personas, incluida la ocultación y/o manipulación de información?  

Podríamos pensar que el primer candidato es el propio mercado. Pero la crisis ha puesto de manifiesto que, por sí solo, el mercado no está en condiciones de asumir esta responsabilidad cuando hay “fallos del mercado”, como la existencia de bienes públicos (la confianza es un bien público, y su pérdida produce un daño a todos), las externalidades (como la caída de precios de un activo provocada por las ventas en otro mercado), la existencia de mercados incompletos o los sesgos de conducta (como el exceso de optimismo), el exceso de información, o la información imprecisa, como práctica habitual de opacidad, etcétera.  Es aquí donde muchos detractores de la regulación coinciden en normalizar y regular la información de los mercados haciéndola accesible a todos los grupos de interés propiciando así la autorregulación real.

Otro segundo candidato podría ser el Estado. La ley de transparencia no es más que reconocer al Estado –a su capacidad reguladora–, como el candidato tradicional a asumir ese papel, especialmente mediante la consideración de todas las variables relevantes en el corto y en el largo plazo, es decir, planteándose una amplia gama de efectos posibles de las acciones de los distintos agentes y de las regulaciones en vigor. Pero lo que hemos presenciado en los últimos años ha sido un conjunto de fallos también del regulador y del supervisor. Con lo cual el Estado, tal y como lo concebimos actualmente, no nos ofrece garantías de éxito en esta regulación. El estado debe usar el nuevo potencial que ofrece una ciudanía activa, y  participativa, para darle más responsabilidad en la gestión, y en la denuncia, creando un nuevo concepto de sociedad inteligente.

Por último, en materia de transparencia ¿tienen las empresas alguna responsabilidad sobre los efectos de sus acciones en otras personas y entidades? Sí, si aceptamos que la responsabilidad moral incluye la asunción de las consecuencias de las acciones pasadas y la evitación o corrección de sus efectos razonablemente esperados en el futuro. Y el hecho de que haya reguladores y supervisores no elimina por completo ese deber, aunque los problemas sean complejos y cada institución sólo pueda entrever algunas de esas consecuencias. El nuevo papel de las empresas en la sociedad hará que impongan la transparencia como una herramienta de competitividad, exigiéndola a otras empresas y administraciones y ofreciéndola a los mercados y clientes. Aquella organización que no esté adaptada a este nuevo mundo atravesado por las telecomunicaciones no hará sostenible su posición competitiva.

Inspirado en el documento de investigación   ¿PUEDE LA RESPONSABILIDAD SOCIAL CORPORATIVA AYUDAR A ENTENDER LA CRISIS FINANCIERA? Del profesor Antonio Argandoña en IESE Business School